Hoy sentí ganas de salir corriendo de todos lados:
de la oficina,
de la casa de mi vieja,
de la cafetería que siempre frecuento,
del local donde conseguí la campera que tanto quería,
de la esquina donde ruego eternamente que nada me suceda
mientras espero al transporte público,
del bondi,
del supermercado
de mi habitación,
de este cuerpo,
de mi misma…
Experimenté una especie de sacudón
inmóvil,
indoloro,
pacífico,
silencioso
que empezó a cobrar sus cuotas
cerrándome el pecho
y asfixiándome lentamente.
¿Ansiedad?
Casi siempre.
¿Inseguridad?
Cada dos por tres.
¿Angustia?
Últimamente está insistente.
¿Estrés?
Me late el ojo derecho hace 48 horas.
¿Miedo?
Desde que los días son del mismo color, sí.
Además,
la cama se convirtió en un espacio tan poco confortable
desde este dolor de espalda
y los sueños incoherentes
que no te traen jamás a mi inconsciente.
No es mi intención sumarle más cliché a abril
pero hace semanas las nubes se instalaron
y no parecen tener muchas ganas de mudarse.
Al final,
extrañar es mucho más insoportable
que enojarse
o decepcionarse,
incluso,
más insoportable que querer.
Extrañar
es sentir el deseo irrefrenable
de salir corriendo de todos lados,
de todos excepto del único lugar en donde
es posible percibir el aire y respirarlo,
salvo por el pequeño detalle
que es el único fucking lugar
que tenemos terminantemente prohibido
volver a pisar.