Y tal vez resignificar la pausa
no sea otra cosa que desactivar el chip del piloto automático,
bajar las exigencias de la productividad,
dormir siestas a cualquier hora,
tomar tres mates de más,
cerrar los ojos sin temor a soñar,
empapar los pies en el agua salada,
se espectador del silencio escandaloso de la naturaleza,
escribir cinco líneas menos,
escuchar los latidos del sol,
permitirse la sensación de finitud,
entregarse a la dirección del viento.
Tal vez resignificar la pausa
sea llegar a ese punto
donde el horizonte se exhibe de un anaranjado que encandila
como si la tarde se estuviera despidiendo,
aún lejano,
bastante impreciso,
con irregularidades en el camino,
y, sin embargo, entender que, tras tomar la carretera,
ese es nuestro próximo destino.
Por eso, la calma que antecede la tormenta.
Por eso, la pausa que antecede un nuevo comenzar.