Esa maldita manía de creer
que necesitamos algo más sublime
que lo que está ocurriendo…
y, sin embargo,
anoche
en la terraza
me miraste
a través de tus lentes
que reflejaban
las luces tintineantes de la calle
mientras el perro de algún vecino
metía su serenata habitual,
chocamos por sexta
(o séptima) vez
nuestros vasos moribundos
de birri ya caliente
y en el último puñado de maní
deseé que la noche durara para siempre.