Te revelé
hasta el más secreto de mis secretos
a través del rabillo
de mi ojo izquierdo
o, tal vez,
fue mi mirada perdida
en aquel vaso casi vacío,
o mi incapacidad para pestañear
cuando estoy al borde de la incomodidad.
Y si,
¿qué te pensabas?
¿que me iba a desnudar
en la primera de cambio?
Debió ser la intuición
o mi séptimo
u octavo sentido
eso de sentir que puedo hablar
de lo que nunca quiero
a la tercera birra compartida.
Aunque ahora que lo pienso
debió ser más borrachera
que sentimiento.
De todas maneras,
recibiste información
para la que nadie
nunca
está preparadx
y me abrazaste
las inseguridades
y los traumas
que todavía no conocía.
Parece una idea simple,
algo fácil de encontrar
pero si hablamos POSTA
qué cosa loca la conexión.
Claro que no fue justo
que compartiéramos el peso de esa mochila.
Tampoco te pedí
que me llevaras a cococho
en la pendiente de esta ladera,
pero lo hiciste
permaneciendo en silencio
cada vez que no encontré las palabras
y apretándome fuerte la mano
cuando no pude parar de hablar.
Yo que soy la presidenta del club de fans del escepticismo
me dejaste sin fundamentos
todas las veces que te lo propusiste
y agradecí
(en más de una discusión)
no tener la razón.
Te acurrucaste
en la almohada en la que apoyo todas mis dudas
noche tras noche.
Hiciste un hueco,
tu marca personal,
donde arrojo todo lo que me oprime el pecho
cuando duermo lejos de vos.
Insisto:
qué cosa loca la conexión.
No sé si esa noche fue
intuición o borrachera
pero vomité bastante
de lo que nunca quiero hablar
y la resaca me hizo enemiga del vodka,
fundamentalista del ibuprofeno
y acreedora de tus cuidados
hasta que los dos queramos,
hasta que no quede nada
de lo que nos incomode hablar.