Está sucediendo:
como en una película,
como en un video clip
absurdamente coherente;
el mundo sigue su curso,
día tras día
noche tras noche.
No hay pausa
ni escenas eliminadas;
no hay relojes atrasados
ni la posibilidad de omitir intro;
y yo también sigo acá,
paralizada
en medio de las vías,
o en una vereda cualquiera de un barrio que ya no recorro,
o en una autopista sin demasiado tráfico,
o en un rincón de una casa que ya no siento mía
viendo como todo se mueve hacia alguna dirección a mi lado
por la izquierda,
por la derecha,
arriba
y también abajo,
todo yendo hacia algún punto
sin atravesarme.
Está sucediendo
y ya no sé si es que no puedo
subirme a esa frecuencia
que promete vertiginosidad extrema
en la que un paso sigue al otro,
en la que el recorrido está insoportablemente cronometrado
para que no haya márgenes de errores,
o es que, en realidad,
no quiero.
Lo cierto es que
no moverse
también trae consecuencias:
aburrimiento,
desinterés,
la incapacidad de ser empáticx,
la repetición en loop
de episodios conocidos
que alguna vez deseé y experimenté por primera vez
y, también,
un par de trompadas que no esperaba
y me empujaron a estar parada en medio de todo lo que fui,
paralizada,
dejando que el tiempo pase en vano
y se vaya
sin mi.