Hace días estoy entrando lentamente al infierno.
No sé si es
hartazgo,
estrés,
ansiedad,
cansancio,
aburrimiento,
o hambre.
No. Hambre no es.
En estos momentos no me pasa ni un maní japonés.
Este loop de esperar sólo la llegada de la noche
se hace cada vez más eterno,
sin embargo, las agujas en mi muñeca izquierda
siguen girando
tic
tic
tic
tic
al mismo ritmo.
Debe ser la conciencia despertando
con un humor infumable
y detectando que todo
absolutamente todo
es cuestión de esperar.
Como esa frase media venida a meme:
que la vida es eso que pasa
mientras esperamos…
que llegue el bondi,
que se cocine la comida,
que hierba el agua,
que se enfríe el té,
que llegue el fin de semana,
que llegue el verano,
que lleguen las vacaciones,
que llegue esa oportunidad,
que llegue la luz del sol a encandilarme una maldita tarde de invierno,
que llegue la respuesta del mensaje que te mandé hace 7 días
antes de cerrar los ojos,
antes de que sea tarde para llegar.
Deja vú de un enero
que por fin se terminó
y, sin embargo…
se fue demasiado rápido.
Que el inframundo es un lugar cada vez más familiar
y en vez de dar miedo
inspira refugio.
No sé…
hay algo macabramente irónico
en sentir fastidio
de aquello que nosotrxs mismxs
elegimos.
No estoy pudiendo con la vida
(o, tal vez, no estoy pudiendo conmigo).