El impacto de lleno contra la espalda
y piso
o tierra
o el hundimiento al vacío
en tiempo fugaz.
Tragué bastante agua salada, arena
y un par de reproches sin sentido.
Era tarde para casi todo
me gritaba el reloj de mi muñeca izquierda
menos para volver a empezar.
Dejé que esa sensación helada
me penetrara los poros
y me recorriera un escalofrío intenso
hasta la punta de mi rispidez.
¿Qué más podía pasarle al cuerpo?
Ya estaba entregado a lo inevitable.
Me sumergí para no aletargar más la ansiedad.
La espuma traía y llevaba un temporal bravo
de esos que no dejan ni una ramita ilesa
ni una promesa pendiente.
De alguna manera me limpiaba
y me ensuciaba de otras cosas.
Es muy difícil mantener
la hoja de la mente
en blanco
cuando los pensamientos no paran de balbucear.
Volver a la orilla
era más difícil que atravesarla.
Una vez que estas adentro
se despierta una especie de sopapa
que intenta absorberte sin permiso
a sus profundidades.
Y aunque el espejismo reproduce
drásticamente como se ensancha la distancia
3, 4 como mucho 5 segundos más tarde
la orilla te vuelve a acoger
porque lo paradójicamente extraño
del mar
es que te hunde por un ratito que parece eterno
y cuando el miedo pega el sacudón
la arena se vuelve a elevar
y te devuelve
con más fuerza
a tu lugar.