Hay días imposibles,
como hoy.
La bocha amanece sumergida en el dolor atornillado
de un mes para la cancelación,
la noticia que esperás no llega,
el cielo está más gris que siempre,
la lluvia cae sin piedad
acumulándose a los pies de la resignación.
Y ves que rápidamente
todo se empieza a mojar
sin posibilidad de salvar nada.
El agua es imprudente,
radical
y tirana.
Y a vos no te queda otra
que la de siempre:
arremangarte los brazos y las piernas,
desagotar a baldazos,
despojarte de la ropa húmeda
y volverte a cambiar.
Después de una y mil más
reconocés a las puteadas sucias
la falacia de la vida:
aceptar los privilegios que te tocan
(y los que no),
arremangarse,
avanzar intentando no perder el equilibrio
mientras atravesás las temporadas de barro movedizo,
limpiar el enchastre
que dejaste a tu paso
y esperar que a la mañana siguiente
nos despierte,
sin muchas esperanzas,
un nuevo sol
y nos sacuda la inercia desabrida
de volver a arremangarse.