Vertiginosidad emocional

Enojo, tristeza y fin de año
resultan un combo bastante dañino
para la resaca emocional
de un noviembre particularmente movilizante.

No entiendo bien por qué todavía no salté.
Zarpé con un bote bastante destartalado
y ahora no queda espacio para más agujeros.
Estoy empapada, nos hundimos
el frío tomó protagonismo
y, sin embargo, el agua no me termina de tapar.

Las olas se aprovechan de mi vulnerabilidad,
avanzo (o retrocedo) zarandeada por una fuerza
que, aunque se empeña, no consigue ahogarme.
¿Podrían tener un poco más de consideración
y poner punto final a la agonía?
Claro que si.
Pero no quieren.

Y debe ser que alguna parte
de lo que me queda de cuerpo
también se resiste,
aún no es hora de tirar la toalla.

No quiero reprimirlo.
Dejo ser al malestar
pero lo días pasan sin cambio alguno
y esto no puede significar buen augurio.
Hago sonar una canción bien fuerte
para recordarme que lo bello
tiene que pesar mucho más en la balanza de las horas
que lo que nos quita las ganas.

Una corriente de aire aislada,
un sacudón y diciembre golpeando la puerta
es comprobar que el tiempo es real,
y que la nostalgia está en su punto justo de cocción
pidiendo pista para invadir los agujeritos
por los que sólo entra agua.

Una vez más festejar,
encender las sonrisas por cortesía
y sobrevivir al éxtasis desmedido de un mes
que promete mucho pero casi nunca está a la altura
excepto cuando se gana un mundial
y la dirección de esa bola todopoderosa
parece mantener al margen a una flota infinita de barcos a la deriva.

Perdón.
Nunca me gustaron las fiestas.
Que se hable de pan dulce,
regalos y arbolitos para armar me estresa,
salvo cuando llega el momento de la Sidra,
los chocolates y el mantecol.
Debe ser por eso que no me sale juzgar
a los Grinch (des)unidxs del mundo
que se atrincheran en su apatía
donde se sienten más cómodxs y a salvo
hasta que los fuegos artificiales por fin se apagan.
Lo cierto es que empecé a escribir
con el propósito de decir algo
que ya me olvidé.

Supongo que la vertiginosidad emocional
y fin de año siempre van de la mano.

Pero hay algo
en el aire,
una energía imposible de ignorar,
que de alguna manera nos hace movernos
al naufragio o a las risas fingidas compartidas:
un deseo,
la certeza de que algo nuevo comienza
aunque mañana nada haya cambiado en realidad.
Los inicios son la esperanza con yelmo, escudo y espada
de que siempre se puede volver a empezar
y que esta vez
salga mejor.

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