Algo mucho más grande

Ni la mueca que se desprende de tu único hoyuelo,
ni el lunar que sobresale de tu pera;
tampoco esa capacidad de recordar detalles insignificantes
que jamás registraron ni mis viejxs,
ni tu predisposición para adaptarte a un reto nuevo;
no es tu sentido del humor infinito (aunque casi),
ni tu sensibilidad ante las injusticias;
podría haber sido tu dulzura con los 20 perros que nos cruzamos por el barrio
o tu empatía ante los hechos que te cuestan el doble entender,
pero tampoco;

no es tu sonrisa triplicada por la luz del día al despertar
y no es tu mirada almendrada perdida entre el todo y la nada
cuando tomas un mate;
no es el chocolate blanco con dulce de leche que me dejas en la mesita de luz
ni las milanesas de berenjena con fideos que te encanta prepararme de cena;
tampoco son tus besos que me llevan de viaje
ni esa forma tan cálida y salvadora que tenés para abrazarme;
podría ser la manera en la que me llevas a volar con tan solo tocarme
o la súper parrillada carnívora y vegana con la que te metiste a mis amigxs en el bolsillo,
pero tampoco.

Si me preguntas,
lo que más me gusta de vos
es tu entusiasmo que parece no tener techo.
Es tu sello,
tu marca registrada,
lo que te destaca del resto y te hace único
entre la multitud sosegada por la rutina y las pantallas.

Me vuelve loca el amor y las ganas y las pilas y la positividad
con la que emprendés absolutamente todo
que contagia
que motiva
que saca lo mejor de mi,
que me hace llevar el mundo por delante,
caerme
y querer intentarlo de nuevo.

Me desespera
y, a la vez, me inyecta de un narcótico vertiginosamente eufórico
tu forma de encarar la vida,
que no seas de lxs que se llenan la boca con su blabla
sino que lo demostrás con los hechos
o, al menos, en tus múltiples intentos.

Pero lo que más me quema la bocha
es que quieras compartirlo conmigo,
que me agarres fuerte la mano
en el preciso momento que tiro para abajo
y me vistas con tu alegría sin precedentes.
¿Entendés? Me limás las inseguridades
y me creo mil
por tenerte a mis espaldas
cuidándome de cualquier caída estúpida.

Ni las entradas para Paul McCartney
ni los pasajes a Madrid.
Sos vos y esa pasión extinta
que rescataste entre lo fósiles de todo lo que te había querido tumbar
lo que admiro con frenesí,
lo que me aterra hasta la asfixia
cuando recuerdo que todo en algún momento se termina
y lo que me convierte en la persona más afortunada del mundo
por haberlo encontrado,
y por haberlo vivido
hasta el punto de llegar a creer
que es posible romper con este mito
de que la felicidad es efímera
porque CLARO que tiene que ser algo mucho más grande
que un simple instante.

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