Son tiempos difíciles para practicar
la sororidad, la empatía,
y ¿para qué voy a mentir?
también para aceptar el consenso popular.
Ésta es una de esas pesadillas
que están durando más de la cuenta.
¿No ven que me estoy retorciendo en la cama?
¿Nadie escucha el repiqueteo desesperado de mi pecho?
Algo gigantesco me asfixia.
El miedo es todo lo que quisieron instalar,
le dimos vuelta la cara
pero fue más fuerte,
ya está en la casa,
y todavía no me despertaron.
“Estás exagerando”,
me dicen lxs que no son capaces de conmoverse
ni cuando se les apoya una vaquita de San Antonio
sobre el brazo.
Quema.
El fuego avanza firme
como el mar cuando está enojado
y arrasa con los pocos días buenos que nos quedaban.
“Todo va a estar bien”,
es el mantra que ahora me repito
y quiero creer.
“Todo va a estar bien…”, pienso,
mientras haya
un rayito de sol,
una ciudad despierta,
un libro al que volver,
una canción que nos expulse las lágrimas que nos ahogan por dentro,
la risa fuerte de un ser queridx,
el mate lavado de un amigx,
un abrazo espontáneo y largo,
una birri en la heladera,
un pañuelo blanco en la plaza
y uno verde y otro violeta en las mochilas,
las manos de mi abuela presionando y pulverizando el pánico;
la mirada sostenida de a quien se le acaban de destrozar
los sueños como a mi,
la convicción de lxs que no se dejan amedrentar,
las ideas vivas de lxs que no pensamos dar ni un solo paso atrás,
la certeza de lxs que no tienen en sus planes dejar a su suerte
todo lo conquistado,
la voluntad de lxs que se vuelven a levantar,
la memoria de lxs que nos prometimos de verdad
a conciencia y para siempre
NUNCA MÁS.