Estaba aburrida,
desganada,
quejosa,
cabizbaja.
Estaba ansiosa,
desvelada,
preocupada,
irritada.
Estaba bloqueada,
monotemática,
imprecisa,
aislada.
Estaba coleccionando un hervidero de improperios
condimentados de varios “qué se yo”, “ya fue”, “todo pasa”, y “a los para siempre se los comieron los jamases”.
Andaba solitaria,
dándole charla a mis ocurrencias,
compartiendo una birrita con mis reproches y mis metidas de pata.
Lamentándome por oportunidades que no se volverán a presentar.
Andaba media jodida, pero estaba jodidamente bien.
Hasta que saboteaste mi indiferencia.
Hasta que te cansaste de mi desaire
y, entonces, te esforzaste en hacerte notar.
Hasta que la intriga nos hundió por ser dos insolentes
en nuestra propia miseria.
Hasta que le diste inicio al juego
y yo sin saber de reglas ni instrucciones,
acepté.
Andaba media jodida, pero estaba jodidamente bien.
Aceleraste.
Se disparó tan lejos el capricho
que, cuando nos dimos cuenta,
el encantamiento había terminado y volví a ser la misma calabaza.
Los trucos nos fallaron (o no los supimos ejecutar).
Quedé desterrada del ilusionismo sin previo aviso.
Me vi rajando a los tumbos y en total confusión.
A veces se paga cara la idealización.
Andaba media jodida, pero estaba jodidamente bien.