Resabios de un atardecer
que alteró los relojes.
Quedamos suspendidos
en el vendaval de las ironías.
Vos deseando apurar el tiempo con la risa,
yo queriendo detenerlo para siempre en tu abrazo.
El otoño se llevó las flores, las puestas de sol en tu regazo
y los ‘te quiero’ por cortesía.
Vamos a estar bien, me dijiste en el andén.
Entonces el minutero retomó su recorrido.
Y, aunque todavía se me da por consultar la hora,
sé que cuando la primera estrella se asoma
las manecillas se desorientan por un instante imperceptible
para demorar la despedida.