El celeste
me encandiló los sentidos
y la tarde recién nacida.
La playa de piedras
me convidó de su orilla
y exploré la superficie
con los pies desnudos.
Quise llegar al infinito del azul
y el golpe fue
letal.
La transparencia me mostró
cada detalle de su inmensidad
mientras mi respiración
seguía en pausa.
Hice malabares en la profundidad
y la fuerza de la corriente
me devolvió a tierra.
Dejé mis historias en el agua
y alguna que otra
huella.
Sereno, casi imperceptible
el viento demoró
mi prisa.
Abandoné varios granitos
de mi existencia
más por excusa que por despojo
para volver, algún día,
a buscarlos.
Partió alguien distinto,
un poco más liviano.
El oleaje se mantuvo
manso.
La calma ganó.